| Por Ania Fukelman |
Amo tener un ciclo menstrual. No sólo obtengo de él placeres, señales y movimientos personales, sino también una llave para reconocer urgencias de salud pública, desigualdades de género y hasta problemáticas ambientales que se entretejen con nuestra sangre. Literalmente, hay tanto desconocimiento en este campo de la salud, que en 2013 se creó un día específico para trabajar a nivel mundial este tópico, hoy es el Día Mundial de la Higiene menstrual.
Les decía: Sí, amo tener un ciclo menstrual, me siento Miss Ovarios. Pero recorrí un camino de muchos años para alejarme de mi punto de partida: vergüenza, dolor, fastidio, incredulidad por la “tortura” que trae portar un útero. “¿No hay un botón de “pausa” para este proceso? ¿No podemos cancelarlo hasta que quiera, efectivamente, gestar? Ese mes le damos play, ovulo y me embarazo…”
Quienes portamos un útero, tenemos un enigma latiendo entre los ovarios, una pregunta increíblemente profunda por el sentido personal que le damos a ser un cuerpo sexuado, fértil, asociado a la identidad femenina. De pronto nos enteramos que vamos a sangrar y ovular por varias décadas, y nos preguntamos ¿qué va a significar esto para mí? ¿Pero cómo construir un sentido personal a esta experiencia si la escuela, la calle y la industria de la salud nos imponen una respuesta cerrada a los 10 u 11 años?: “Tenés un ciclo menstrual para reproducirte, es la parte que hace la hembra para tener bebés”. Y en voz más bajita: “la menstruación huele, ensucia, no seas un asco y escondela bien”.
¿Querés sumarle a tu combo unos toques de dolor de útero e inflamación abdominal? Con este paquete de malestares caminé gran parte de mi adolescencia. No encontré otras instancias formativas o informativas que me propusieran otra mirada: ni mis consultas al ginecólogo, ni el espacio de terapia donde revisaba mi identidad, ni la ronda de mate con amigas. Con el tiempo llegaron algunos libros y textos de autoras que contaban de distintas culturas originarias en las que se piensa a los ciclos menstruales como períodos de purificación, como oleadas creativas y perceptivas, y vaivenes del interés sexual y vincular. Me enteré de conversaciones que habían pasado entre mujeres de una generación a la siguiente, donde la ciclicidad del cuerpo se relacionaba con las estaciones del año, las fases de la luna, las fuerzas propias de un tiempo espiralado, creciente y menguante, como la naturaleza misma. De costumbres como la siembra de la sangre, una práctica presente en los kogui colombianos, lakotas y sénecas estadounidenses, cuyas mujeres caminan entre las plantas y derraman su sangre durante ceremonias de siembra y nutrición de las cosechas. ¡Y yo tirando mi sangre a la basura, en una bola de sustancias químicas dudosas, que van primero a mi sexo y luego al CEAMSE!
Más allá de las creencias personales, me quedó muy claro por qué esta información no me llegaría nunca a través de la cultura dominante, hegemónica, occidental. Si la cultura del “progreso” capitalista nos exige sostener un ritmo lineal, predecible e hiper-productivo, estas maneras de ver el cuerpo femenino pueden ser un problema económico, un asunto a disciplinar. En la sociedad donde reina la expectativa “mujer = madre”, se estigmatiza a quienes no quieren procrear, y se ubica al resto de las experiencias como “sensiblería femenina”. La complejidad emocional y comunicativa parece no tener otro sentido que el de “complicar” la convivencia social: las manifestaciones anímicas y metabólicas de la hormonalidad son consideradas “exageraciones” y victimizaciones de las mujeres (y ocurre lo mismo con el dolor).
Es muy curioso que para otras situaciones hormonales (un hipo o hipertiroidismo, por ejemplo) se acepte tan tranquilamente que traigan cambios de ánimo, emociones y energía, y en cambio la hormonalidad femenina sea objeto de humillación o descrédito. En la ciencia de la modernidad, donde cada especialista atiende su sistema de órganos por separado, y se desconoce la relación entre sensaciones emocionales-psíquicas-físicas, queda chica la visión para atender a este fenómeno que es a la vez biológico, psicológico, sociológico, afectivo, energético. Lo leemos, simplificando, como parte del “misterioso” universo femenino y lo cubrimos de un tinte despectivo. “Estar hormonal” es “estar loquita”, y ya se nos va a pasar. Esta misma actitud social se desencadena en justificar la violencia obstétrica: “Las embarazadas son un cóctel que tiene mitad hormonas y mitad emociones. Eso lo revolvés y es terrible”. Este es el estereotipo en el que se basa el sistema médico hegemónico para sostener que las mujeres embarazadas no están en condiciones de tomar decisiones informadas, razón por la cual lo que se hace y lo que no, lo deciden lxs profesionales” (*1).
Así se les niega a las personas menstruantes, el permiso de investigar y validar sus experiencias, comprenderse profundamente y estar en paz con sus necesidades y juicios.
Resignificar mi ciclo, más allá de la determinación biológica, se convirtió en una fuente de felicidad y auto-afirmación, que me sigue alimentando mes a mes a los 31 años. Me permití investigarme, leyendo MUCHAS fuentes distintas, y ¡sorpresa! encontré que mis hormonas y sus abundantes movimientos tienen efectos en todo mi ser. Los estrógenos tienen efectos protectores en los huesos, el cerebro, el sistema cardiovascular; influencian la memoria verbal, la habilidad espacial y la motricidad fina, y afectan a los sistemas cerebrales que modulan el ánimo, el humor. Y en un nivel más sensible, mi capacidad de crear y alojar vida se volvió un símbolo de mi poder creativo en todos los niveles: con cambios permanentes, con procesos que inician, maduran, se disuelven, entre tantas cosas más. ¿¡Cómo nadie me dijo esto hace 20 años!? Me pasé temporadas eternas queriendo ponerle “pausa” a mi propio metabolismo, mi ritmo vital, despreciando mi hormonalidad y mis fluidos.
Recién en el año 2013, una organización no gubernamental WASH propuso crear un día específico para concientizar a nivel mundial sobre menstruación. El 28 de mayo, Día Mundial de la Higiene menstrual. Dimensionar lo agresivo y antiguo que es el tabú explícito sobre la menstruación, nos impulsa a recuperar el diálogo social y conversar abiertamente sobre los prejuicios, mitos, y vivencias diversas que experimentan las personas reales en sus períodos, incluyendo los desafíos económicos que implica.
Esta conversación social genera repudio en ciertas personas que tienen una idea especial de la intimidad y el decoro. Es difícil pero necesario disolver esa reacción primitiva, porque el «decoro» enmascara censura, e ignorancia de muchas situaciones de desigualdad. ¿Por qué, a diferencia de los métodos de planificación familiar (como preservativos, pastillas anticonceptivas y DIU) que son, o deberían ser, distribuidos por el Estado de forma gratuita para ambos sexos, no hay ninguna política que asegure que las mujeres tengamos acceso gratuito e irrestricto a los productos de gestión menstrual? (*2)
La gestión de la menstruación con productos descartables (toallitas higiénicas de Johnson y Johnson’s, sí, los mismos que se hicieron cargo de la charla de educación sexual en tu escuela secundaria) nos lleva a producir muchísima basura y contactarnos con sustancias tóxicas. Empecemos a conocer y visibilizar alternativas de productos sustentables, duraderos, detengámonos un momento a pensar en la composición de los productos de higiene íntima. ¿No es extraño que en muchos empaques de tampones y toallitas no haya una declaración de sus ingredientes, y que otros hayan tardado décadas en incluirlos? ¿Dará lo mismo usar una toalla de algodón orgánico, o una copa de silicona, que un producto descartable donde aparecen dioxinas, furanos y residuos de pesticidas? Digo, porque nos los estamos poniendo en nuestros genitales.
- (*1 ) Citado del artículo “La misoginia se viste de ambo” 17/08/17 en Cosecha Roja
- (*2 )Parafraseado del artículo “¿Cuánto cuesta menstruar?» de Economía feminista
REFERENCIAS
- http://www.publico.es/sociedad/sexismo-consulta.html
- https://www.news-medical.net/health/Estradiol-and-the-Brain-(Spanish).aspx
- http://cosecharoja.org/la-misoginia-se-viste-de-ambo/
- http://economiafeminita.com/cuanto-cuesta-menstruar/
Ania Fukelman
Es la fundadora de Lunar APP, ama tu ritmo la primera app mobile argentina sobre salud sexual femenina.
Estará participando hoy de una charla abierta: Educar sobre menstruación 28M Espacio informativo y de diálogo sobre ginecología, productos de gestión menstrual y sentidos de lo femenino. Hoy 28 de mayo en Espacio Hidalgo: Av. Angel Gallardo 829, Buenos Aires